23 noviembre, 2008

PORTEROS DE QUITA Y PON

Entre mil quinientas y dos mil personas dicen que asistieron a la concentración en repulsa por la muerte, hace una semana, del chaval Álvaro Ussía, a las puertas de la madrileña discoteca El Balcón de Rosales, como consecuencia de la brutal paliza que le dieron unos porteros. Debió de ser terrible aquella situación, y no quisiera imaginar el criminal rodillazo del agresor, que partió en dos el corazón a Álvaro. Una lástima la pérdida de una vida y más cuando es de este modo tan inútil y primitivo.

Dicho esto, caben varias críticas a este suceso, como son las medidas adoptadas por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, como consecuencia de esta muerte. La Esperanza Aguirre, ahora, se ha dispuesto a regularizar la situación de los porteros de discotecas y el Gallardón no da a vasto, también ahora, a cerrar locales y discotecas. ¿Qué pasa?, ¿Habia que llegar a un numero determinado de muertes para aplicarse a cumplir la ley?, ¿Cuántas muertes y agresiones se han producido en Madrid, sin que hayamos visto mover un solo dedo a las administraciones Autonómica y Municipal de la Capital?. Por lo que hemos podido ver en los medios de comunicación, Álvaro pertenecía a una familia de las denominadas de bien, iba a un colegio para pudientes y su ambiente diario parece que muy religioso, ¿quiere esto decir que las administraciones madrileñas se han puesto manos a la obra, porque se trata de la muerte de un chico próximo a una determinada opción ideológica?. Tal vez, cuando el tiempo haga mas llevadero el dolor, los familiares de Álvaro se pregunten, que hubiera pasado si las medidas que ahora se adoptan, se habrían iniciado el día que hubo la primera agresión de un portero a un cliente, aunque este fuera..... un cualquiera. Los familiares de anteriores víctimas también se lo preguntarán.

Esta claro que hoy la gran mayoria de los porteros de discotecas son una especie de macarras con un cerebro enano y llenos de bultos, pero no son ellos los principales culpables de estas situaciones, sino las corbatas que allí los plantan para que se enfrenten a los clientes que muestran aptitudes ofensivas. Estas personas no saben discernir por si mismas el escenario creado en cada momento, por lo que su respuesta siempre es la misma: destrozar al contrario. Tampoco son muy dados a llamar a la policía, porque el halo de grandeza que creen tener, por el mero hecho de ser los que cortan las entradas, les permite convertirse en jueces ejecutores de sus propios veredictos.

Por supuesto no hay que tener presente a los que casi siempre acaban cobrando, aquellos clientes que bien sea por el alcohol, las drogas o sus aires de grandeza, creen tener todos los derechos para poder entrar en todos los locales que quieran, de cualquier manera y ya dentro, hacer el uso que le de la gana. Antes de tomar cualquier decisión anterior, hay que pensar en el armario con cabeza rapada que han puesto en la puerta.

Ya que hemos llegado aquí, vamos a meter a los medios de comunicación en este mismo saco, pues son ellos los que se aprovechan de estos sucesos haciendo demagogias, buscando el morbo de la noticia y solo preocupándose por la audiencia al día siguiente. De todo esto hemos tenido hace unos días un ejemplo parecido en Palencia, donde unos porteros han dado una paliza a una persona, mandándola a la UVI en Valladolid. No cabe duda que los porteros de esta discoteca son, lo que son, pero también todo indica que los que recibieron la paliza no andaban muy lejos, aunque ese día hayan salido peor parados. En este caso los medios de comunicación palentinos se han dejado llevar por la critica fácil que hacen algunos medios nacionales, donde se “morbea” con los videos de peleas de porteros a clientes, sin haberse dedicado a hacer una investigación de campo sobre lo sucedido y dar información detallada a los oyentes y lectores. Han hecho publicidad barata, colocándose al lado, de aquellos que quieren hacer de Palencia una ciudad de silencio, donde solo sobresalgan las iglesias y a los cuales, les importa un pimiento los porteros de discoteca.
FOTO: El País

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