Otro año más ha comenzado la semana a la que los católicos llaman santa y que dicen está llena de pasión y recogimiento, pero que a l@s que no sentimos la llamada de un dios, nos hacen la puñeta. Tenemos que sufrir las continuas proclamas religiosas, ademas de los continuos cortes de calles para que sus procesiones, un día si y al otro también, puedan desfilar con sus capas y capiruchos -cuando no, dos al día-. Pero lo peor es, cuando nos vemos incluidos todos los ciudadanos, sin haber pedido permiso, en esta conmemoración que hacen, por su cuenta propia, seña de identidad de nuestra cultura. -¿¡Será de su cultura y religión!?, que son ellos los que la sienten, ¿o no es así?. Hay quienes dicen que no son creyentes y se aferran a costumbres y tradiciones para salir en su defensa, sin darse cuenta que están defendiendo una religión, que nada tiene que ver con la costumbre o la tradición.
Esta semana cientos de personas se enfundan un traje de cofrade para andar descalzos, portando cruces o aupando imágenes, -que en ocasiones crean pesadillas a los niños por lo lúgubres que llegan a ser-, para demostrar la pasión que sienten por su religión, pero que el resto del año, el tararú que llevan dentro, queda metido en un armario, junto con la pasión, hasta el año siguiente. Mas triste es, lo de los políticos que dicen querer gobernar para todos los ciudadanos y tienen su mente en unas creencias que no son las de todos los ciudadanos. Las instituciones públicas deberían utilizar el dinero que invierten en estas celebraciones religiosas, en creencias más tangibles y que repercutan en toda la sociedad sin obnubilar conciencias.
Mil años llevamos con estas ideas en España sin poder salir del túnel del miedo. Estamos en el siglo XXI y todavía pensamos como nuestros antepasados medievales. Creemos que hemos evolucionado culturalmente e incluso que estamos por encima de otras culturas, pero la realidad nos dice que no somos diferentes, y ahí la tenemos, ante nuestros ojos.
Esta semana cientos de personas se enfundan un traje de cofrade para andar descalzos, portando cruces o aupando imágenes, -que en ocasiones crean pesadillas a los niños por lo lúgubres que llegan a ser-, para demostrar la pasión que sienten por su religión, pero que el resto del año, el tararú que llevan dentro, queda metido en un armario, junto con la pasión, hasta el año siguiente. Mas triste es, lo de los políticos que dicen querer gobernar para todos los ciudadanos y tienen su mente en unas creencias que no son las de todos los ciudadanos. Las instituciones públicas deberían utilizar el dinero que invierten en estas celebraciones religiosas, en creencias más tangibles y que repercutan en toda la sociedad sin obnubilar conciencias.
Mil años llevamos con estas ideas en España sin poder salir del túnel del miedo. Estamos en el siglo XXI y todavía pensamos como nuestros antepasados medievales. Creemos que hemos evolucionado culturalmente e incluso que estamos por encima de otras culturas, pero la realidad nos dice que no somos diferentes, y ahí la tenemos, ante nuestros ojos.
Las predicciones dicen que vendrán lluvias. A ver si es cierto, así tenemos algo que celebrar todos. Digo yo que también valdrá de penitencia.
1 comentario:
muy bien Toñín, que bien escribes,dale duro a la narrativa...
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